Raúl Gracía
(@raulitorulix)
Es cíclico. Como las crisis, las estaciones, o las modas horteras. Siempre, más o menos una o dos veces al año, desempolvamos una cuestión que causa discordia y pone a la industria cultural en jaque: la piratería.
Si bien la encontramos en cine, televisión o literatura, hoy me centraré –para eso estoy aquí- en la música. Raro es el artista famoso –de los que viven de la música y no del espectáculo- que no se queja de que la gente le roba, si no es su representante o su compañía discográfica quien se moja en el asunto. Razón no les falta: en ningún oficio está bien prestar un servicio gratuitamente, y este no va a ser menos. Pero la era digital no ha hecho más que acentuar un problema que ya existía.
Un servidor es muy joven para haber grabado un mix en una cinta de casette, pero mi padre me ha enseñado muchas. Es una escena nostálgica y muy tópica la del chico que recoge en su coche a la chica, que pone el casette y por “casualidad” hay una canción romanticona. Y hablo de unos cuantos años ya, de los ochenta como poco.
El predecesor del casette fue el vinilo, que no puede ser pirateado de forma casera por una razón lógica: es un formato totalmente físico, de difícil copia casera, por lo que no interesaba. A diferencia de la cinta, el vinilo nunca ha llegado a desaparecer, pues no son pocos los coleccionistas que todavía los buscan.
Pero el vinilo no es la solución en un mundo en el que nos virtualizamos constantemente, en el que escuchamos música en nuestro mp3 directamente descargada de la nube, transmitido de forma inalámbrica. Esta propuesta que algunos músicos defienden choca en bloque contra las estrategias de venta digital y streaming (iTunes, Spotify) y la de grandes distribuidores y discográficas (Fnac, Media Markt, Sony, Universal, Warner), que buscan masificar el mercado y que la gente escuche música esté donde esté. Esto conlleva una pérdida de calidad y fidelidad, pero en la música de consumo es secundario: el mundialmente famoso formato mp3 es ligero gracias a que comprime –y, por lo tanto, pierde- una parte de los datos.
Aunque se descubra una panacea contra este problema, a la solución le volverán a salir piratas. Es el juego del gato contra el ratón, en el que el pequeño ratón siempre va a escaparse por los recovecos que el gato deja.